



De lejos, el mundo de Demand es un mundo concreto, uno de sustantivos más que de resbalosos adjetivos. Una mesa, una estantería, una cama. Todo parece sólido y estable hasta que, al acercarnos, nos damos cuenta de que esa mesa, esa estantería, esa cama están hechas de papel. Entonces aparece la duda.
Desde comienzos de los ‘90, Thomas Demand ha seguido el mismo procedimiento: primero elige una imagen fotográfica publicada en un diario o revista, luego construye un modelo de esa imagen a escala real en papel y cartón, lo ilumina, con esa luz helada de ascensor que absorbe humanidad, y lo fotografía. Acto seguido, destruye la maqueta. De la foto original queda apenas una reverberación. Si antes había una mesa de oficina llena de cosas, ahora tenemos esa misma mesa pero pelada, y no es que los objetos hayan desaparecido, sino que siguen ahí pero desnudos: lo que era detalle superfluo ha sido eliminado, queda algo como un bosquejo del original pero sin las particularidades. Sólo vemos el contenido neto de la imagen: los papeles son rectángulos blancos en blanco; el paquete de cigarrillos, una cajita sin marca; la máquina de escribir tiene la forma habitual pero las teclas son todas negras; la cinta adhesiva es un rollito sin logo. Todo en unos colores que recuerda a laboratorios de tecnología vieja, un beige verdoso, entre un té con leche y un cuadro cubista.
Las imágenes podrían ser el resultado de una mente que no logra recordar detalles sino el trazo grueso de las cosas que alguna vez vio. Al respecto, Jeffrey Eugenides (que a su vez escribió un cuento inspirado en las fotografías de Demand para el catálogo de la muestra de este año en el Moma) escribió: “Una memoria de un tiempo o un lugar no es ese tiempo o ese lugar, y, aun cuando la mente luche por percibir el presente existe el filtro inevitable de la conciencia: nuestra mente construyendo un retrato de la realidad”. Es posible que, en parte, las imágenes de Demand sean obras sobre la memoria y la percepción. Sobre qué recordamos de las cosas y por qué. Nada mejor que el papel, acá en su doble función de escultura y fotografía, para representar la fragilidad de las cosas (además, parece haber en Demand un escepticismo hacia la gran escultura a lo Richard Serra, quizá por eso sus construcciones mantienen esa impresión de haber sido hechas a los tumbos, en el sentido de que dejan ver las juntas del papel, el lápiz marcando intersecciones, las esquinas donde el cartón se levanta y rastros de la goma con la que todo ha sido pegado). Es inevitable: hechos en papel, los objetos se asocian a nuestros recuerdos de la infancia, a los avioncitos, a los barcos, a las pirámides con cartas. Pero montados entre placas de plexiglás parecen lo definitivo y en eso radica su fascinante perversión.
Fuente: http://www.ritnit.com/2007/09/15/thomas-demand-munich-alemania-1964/
Desde comienzos de los ‘90, Thomas Demand ha seguido el mismo procedimiento: primero elige una imagen fotográfica publicada en un diario o revista, luego construye un modelo de esa imagen a escala real en papel y cartón, lo ilumina, con esa luz helada de ascensor que absorbe humanidad, y lo fotografía. Acto seguido, destruye la maqueta. De la foto original queda apenas una reverberación. Si antes había una mesa de oficina llena de cosas, ahora tenemos esa misma mesa pero pelada, y no es que los objetos hayan desaparecido, sino que siguen ahí pero desnudos: lo que era detalle superfluo ha sido eliminado, queda algo como un bosquejo del original pero sin las particularidades. Sólo vemos el contenido neto de la imagen: los papeles son rectángulos blancos en blanco; el paquete de cigarrillos, una cajita sin marca; la máquina de escribir tiene la forma habitual pero las teclas son todas negras; la cinta adhesiva es un rollito sin logo. Todo en unos colores que recuerda a laboratorios de tecnología vieja, un beige verdoso, entre un té con leche y un cuadro cubista.
Las imágenes podrían ser el resultado de una mente que no logra recordar detalles sino el trazo grueso de las cosas que alguna vez vio. Al respecto, Jeffrey Eugenides (que a su vez escribió un cuento inspirado en las fotografías de Demand para el catálogo de la muestra de este año en el Moma) escribió: “Una memoria de un tiempo o un lugar no es ese tiempo o ese lugar, y, aun cuando la mente luche por percibir el presente existe el filtro inevitable de la conciencia: nuestra mente construyendo un retrato de la realidad”. Es posible que, en parte, las imágenes de Demand sean obras sobre la memoria y la percepción. Sobre qué recordamos de las cosas y por qué. Nada mejor que el papel, acá en su doble función de escultura y fotografía, para representar la fragilidad de las cosas (además, parece haber en Demand un escepticismo hacia la gran escultura a lo Richard Serra, quizá por eso sus construcciones mantienen esa impresión de haber sido hechas a los tumbos, en el sentido de que dejan ver las juntas del papel, el lápiz marcando intersecciones, las esquinas donde el cartón se levanta y rastros de la goma con la que todo ha sido pegado). Es inevitable: hechos en papel, los objetos se asocian a nuestros recuerdos de la infancia, a los avioncitos, a los barcos, a las pirámides con cartas. Pero montados entre placas de plexiglás parecen lo definitivo y en eso radica su fascinante perversión.
Fuente: http://www.ritnit.com/2007/09/15/thomas-demand-munich-alemania-1964/
0 comentarios:
Publicar un comentario